En
aquel tiempo, cuando Jesús se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado a un
lado del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntó qué era
aquello, y le explicaron que era Jesús el nazareno, que iba de camino. Entonces
él comenzó a gritar: "¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!"
Los que iban adelante lo regañaban para que se callara, pero él se puso a
gritar más fuerte: "¡Hijo de David, ten compasión de mí!"
Entonces
Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó:
"¿Qué quieres que haga por ti?" Él le contestó: "Señor, que
vea". Jesús le dijo: "Recobra la vista; tu fe te ha curado".
Enseguida
el ciego recobró la vista y lo siguió, bendiciendo a Dios. Y todo el pueblo, al
ver esto, alababa a Dios.
Palabra
del Señor.
Gloria
a ti Señor Jesús.
Reflexión
Este
pasaje es muy rico en contenido y enseñanza, sin embargo, hoy quisiera sólo
destacar la actitud de los que iban o estaban siguiendo a Jesús, quienes
reprendían al ciego para que se callara, impidiendo con esto que se acercara a
él.
Y
me pregunto, ¿cuántas veces nosotros en lugar de ayudar a los demás para que se
acerquen a Jesús somos precisamente el obstáculo para ello? Muchas veces
nuestro testimonio, nuestra preferencia por las cosas del mundo, nuestra falta
de compromiso cristiano, son elementos que pueden impedir que este mundo ciego
se acerque a Jesús y recobre la vista.
Veamos
en esta semana si nuestra vida está siendo una verdadera invitación para que
los demás se acerquen a Jesús.
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