jueves, 2 de noviembre de 2017

Hanal Pixán


Por: Jesús Díaz


     Dentro de las costumbres mexicanas se encuentra la celebración de la muerte que data de épocas prehispánicas, para recordar a nuestros seres queridos que se nos adelantaron en el camino hacia la otra vida eterna.

     Por su gran importancia y valor cultural, el Día de Muertos  fue denominado Patrimonio de la Humanidad, tradición que tanto en la Península de Yucatán como en otros estados del país se celebra cada año del 31 de octubre al 2 de noviembre, donde en domicilios, áreas públicas, dependencias gubernamentales y escuelas se coloca un Altar en el que se incluye  platillos típicos de la región,  atole de maíz nuevo, chocolate, pan, frutas, tamales y el  Pib enterrado (mucbilpollo),  alimento recién salido de la leña que se ofrece a las ánimas que vienen de visita para estas fechas.

     El Altar de Muertos o Hanal Pixán (vocablos en lengua maya que significa comida de las ánimas) es una tradición que se lleva a cabo para recordar de una manera especial a parientes y amigos, cuyos altares son adornados con flores de cempasúchil, velas blancas o de colores (según sea este el ofrecimiento que se le hace a los niños o adultos), además de colocar frutas, comidas, bebidas y fotografías del difunto, incluso los tradicionales juguetes que en vida jugaron los niños.

     Los feligreses católicos acuden los días 1 y 2 de noviembre  a los Panteones para limpiar las tumbas donde descansan los restos de sus seres queridos, ofreciendo flores, velas, agua, incluso comidas, y donde al final de la jornada se realiza una misa para el eterno descanso de los fieles difuntos.

     En los pueblos de la zona maya de Yucatán acostumbran alumbrar el camino de las ánimas con velas, desde el camposanto hasta la entrada del pueblo, misma operación que realizan en sus domicilios colocando previamente velas  en las albarradas y un camino que ilumina desde la portada hacia la casa donde se tiene colocado un Altar  para recibir con las mejores viandas que en vida comieron sus seres amados. Y donde por lo regular realizan un rezo en señal de llamado al alma para que se acerquen a recibir la ofrenda preparada.

     Cada elemento colocado en el altar tiene un significado, de modo que las velas simbolizan la Luz que las almas deben de seguir para retornar a su casa, siguiendo el camino creado por las flores de cempasúchil que tienen la función de guiar a las ánimas hacia sus alimentos.


     En tiempos prehispánicos los mayas enterraban a sus difuntos colocando en sus fosas objetos  que en vida les pertenecieron, y según la creencia podrían servirles en su próxima vida.

     Sin embargo, en la actualidad estas creencias han cambiado, ahora se coloca en los altares objetos que en vida le fueron útiles a los difuntos, con el único fin de hacerles sentir en casa cuando visiten el altar.

     Preservar nuestras tradiciones y costumbres es muy importante, pues además de ser un atractivo para el turismo que nos visita, la mezcla de olores, colores y sabores puede percibirse en los altares que son adornadas de distintas maneras pero sin perder su esencia.

     Desde muy temprano las casitas de paja y palma son elaboradas con productos de la región; en las escuelas los estudiantes llevan dulces, chocolate, atole de maíz nuevo, tamales, Pibes, comidas típicas, lo que permite preservar nuestras tradiciones inculcándoselas a las nuevas generaciones.


     La celebración del Hanal Pixán que tiene sus orígenes en la cultura maya, para nuestros antepasados, la muerte les producía mucho miedo y respeto, pues la consideraban una desgracia que venía por los pecados cometidos en vida. Por lo tanto, la casa del difunto se abandonaba.

     Una vez muerto, al maya se le amortajaba y para que tuviera alimentos en la otra vida, se le ponía en la boca granos de maíz molido, y si era de alcurnia se le colocaba cuentas de jadeíta. Incluso, se le edificaban edificios donde se le depositaban todos los utensilios de trabajo y alimentos en el caso de ser hombre; si era alguna mujer, se le colocaban peinetas o collares, mantas y joyas.

     A los niños se les enterraba con sus juguetes. Si se tenía gemelos y uno de ellos moría, para evitar que el otro muera, se le enterraba al hermano junto con un muñeco de barro. De estas creencias prehispánicas se originó con el tiempo el “Hanal Pixán”.


     Hoy en día en los pueblos mayas se acostumbra colocar en las albarradas velas para iluminar el camino de los fieles difuntos, además de preparar guisados de la región como: relleno negro, puchero de gallina, atole de maíz nuevo, pan con chocolate y Pibes (Mucbilpollo).

     También se tiene la creencia de que si las casas están sucias, las ánimas tendrán que hacer la limpieza, por lo que las mujeres terminan las labores hogareñas temprano para no enojar a las ánimas y se acostumbran dormir temprano para que cuando pasen, no se lleven a sus moradores en la media noche. Mientras tanto los espíritus disfrutarán del olor y sustancia de las bebidas y alimentos que yacen en los altares previamente colocados.

     Las jícaras de agua que se ponen en el altar son para purificar y proteger del mal viento a los habitantes de la casa, algunos ponen cenizas para ver las huellas de los pies de los fieles difuntos y así constatar su visita.

     Dependiendo del Día es la celebración de los fieles difuntos. El 31 de octubre se elabora la ofrenda dedicada a los niños o angelitos, el 1 de noviembre para todos los Santos y el 2 de noviembre para los fieles difuntos. Asimismo, hay quienes levantan un altar aparte para el alma del ánima sola o colocan una comida extra.


     Los Altares también son adornados con manteles bordados con hilos de color y la santa Cruz se convierte en la cruz mestiza, ya que debe estar vestida. Las flores que se usan para adornar son limonarias, Xpujúk, ruda, teresitas, vorginas, rosas y con el paso de los años se adoptó la flor de cempasúchil que viene del interior de México.

     A los lados de las flores que rodean al Santo, se colocan jícaras con chocolates, vasos con agua, panes con forma de animales, juguetes de madera o barro y velas para cada uno de las ánimas que llegarán a su antigua morada. Se enciende el incienso y la rezadora hace sus oraciones y cantos para el eterno descanso de los fieles difuntos.

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