·
El
nombramiento del nuevo banquero de Dios supone la última batalla por el control
del dinero entre Ratzinger y el cardenal Bertone…
Debajo de su llamativo uniforme con
bandas azules y amarillas, el centenar de guardias suizos que protege al Papa
—ninguno menor de 19 años ni mayor de 30— esconde una pistola semiautomática
Sig-Sauer de doble acción y un adiestramiento muy severo en artes marciales.
Debajo de su piadoso nombre, Instituto
para las Obras de Religión, el banco del Vaticano esconde un tormentoso pasado
de crímenes y conexiones con la Mafia y un presente no mucho más limpio de
blanqueo de capitales.
Debajo, en fin, de las bellas palabras
que el secretario de Estado, monseñor Tarcisio
Bertone, dirigió a Benedicto XVI durante la celebración
del Miércoles de Ceniza se esconde una vieja guerra de poder llevada hasta el
límite mismo de la renuncia.
El nombramiento in extremis del barón Ernst Von Freyberg, caballero de la
poderosa Orden de Malta y constructor de buques de guerra, como nuevo
presidente del banco del Vaticano supone sin lugar a dudas el capítulo final de
esa guerra.
En el sagrado reino de los símbolos y la
diplomacia, resulta revelador que la última decisión de Ratzinger como Papa haya sido quitarle la llave del dinero a su
fraternal enemigo Bertone.
Bertone | Un intruso en el palacio
Apostólico…
El Vaticano elige a un abogado alemán
para presidir su banco, se trata de un auténtico ajuste de cuentas. Hace nueve
meses —el 24 de mayo de 2011— fue el cardenal Bertone, de 78 años, quien se la jugó al Papa con la destitución
del anterior presidente del IOR, el
banquero Ettore Gotti Tedeschi.
La caza de Gotti Tedeschi, amigo personal de Ratzinger, por parte de Bertone
incluyó algunos episodios que reflejan muy bien la crueldad de las guerras
vaticanas.
El banquero, de 67 años, padre de cinco
hijos, representante del Grupo Santander en Italia y miembro del Opus Dei,
había llegado a la cumbre del IOR en
septiembre de 2009 con el encargo de situar al banco en disposición de cumplir
la normativa europea sobre blanqueo de capitales.
Gotti Tedeschi se lo tomó tan en serio que
empezó a colaborar con las autoridades italianas ante la sospecha de que el IOR seguía siendo una inmensa lavadora
de dinero negro.
Fue su primer error. El segundo fue
oponerse a los deseos de Bertone de
utilizar el dinero vaticano para salvar de la quiebra el Hospital San Raffaele
de Milán, fundado por el cura y el médico Luigi
Verzè, gran amigo de Silvio
Berlusconi y de su turbia maquinaria de poder —el Vaticano apoya ahora a Mario Monti, pero durante el
berlusconismo vivió años muy prósperos y felices—. El caso es que Gotti Tedeschi jugó con fuego y se
quemó.
La pira la preparó personalmente un
misterioso personaje llamado Marco Simeón,
de 33 años, dueño de una fulgurante carrera gracias a la protección, no menos
misteriosa, del cardenal Tarcisio
Bertone.
Simeón
ya aparece relacionado con negocios turbios en el informe —posteriormente
filtrado entre los papales del escándalo Vatileaks— que hace llegar monseñor Carlo María Viganò a Joseph Ratzinger
advirtiéndole de la corrupción creciente que golpea al Vaticano.
En aquella misiva, Viganò le pedía al Papa que lo mantuviese al frente del
Governatorato —el departamento que se encarga de licitaciones y
abastecimientos— para frenar las prácticas ilegales, pero Bertone decidió mandarlo a Estados Unidos y Ratzinger, que dicen que lloró con aquella decisión, no fue capaz
de contradecir a su secretario de Estado.
Ante la posibilidad de que Gotti Tedeschi abriera a los
investigadores la caja fuerte del IOR
—verdadero sanctasanctórum de los secretos de Italia y el Vaticano—, Marco Simeón, que ya lucía como
director de la RAI Vaticano, pidió a
un psicólogo que redactara un informe sobre “el comportamiento extraño”
del presidente del banco.
El
psicólogo ni siquiera habló con Gotti
Tedeschi, solo lo observó de lejos en la Navidad de 2011, pero eso fue
suficiente para hacer correr entre la Curia el bulo de que el banquero había
perdido el oremus y que podía meter a la Iglesia –y a Italia— en un lío si
decidía revelar los nombres que se esconden tras las cuentas cifradas del banco
del Vaticano.
La operación de acoso y derribo contra el
anterior presidente del IOR se saldó
con su despido fulminante el pasado 24 mayo, al socaire de la detención de Paolo Gabriele, el mayordomo del Papa,
acusado de difundir los documentos secretos.
Según la prensa italiana, Gotti Tedeschi culparía de su desgracia a una conspiración de la
logia masónica Propaganda 4 o P4, de la que formaría parte Marco Simeón. Al ser preguntado por el asunto, el protegido del
cardenal Bertone se limitó a decir: “No formo parte de la P4, pero la
masonería es un elemento fundamental del poder en Italia”.
También es dueño de una frase que resume
muy bien el tablao sobre el que baila la historia en esta parte del Tíber: “El secreto es poder y el Vaticano
enseña que quien sabe no habla, y quien habla no sabe. Yo nunca digo demasiado”.
No deja de ser significativo que la
operación del Papa por situar al frente del banco al barón Von Freyberg haya coincidido con la caída en desgracia del joven
protegido de Bertone, descabalgado
de la dirección de RAI Vaticano.
Lo más llamativo de la venganza de Joseph Ratzinger —los fieles se harán
cruces con la expresión, pero cómo llamarla si no— es que ha sido ejecutada en
el tiempo de descuento y a la vista de todos.
No es extraño que las palabras vayan por
un lado y los hechos por otro, pero la operación por retomar el control del
dinero de la Iglesia demasiado evidente. Aunque se haya presentado bajo un
disfraz perfecto —o casi perfecto— de transparencia. Para sustituir a Gotti Tedeschi, el Vaticano contrató
los servicios de una conocida agencia de cazatalentos, Spencer & Stuart, de Frankfurt.
La primera selección fue de 40 candidatos,
luego quedaron seis y finalmente, tres. Sobre estos tres pugnaron durante los
últimos días las distintas familias vaticanas, e incluso durante la semana se
dijo que el financiero belga Bernard De
Corte —al parecer el candidato de Bertone—
había sido el elegido. El viernes finalmente salió a la luz que no, que fue el
agraciado había sido el barón Von
Freyber.
Siempre habrá maliciosos que piensen que
el hecho de que el barón sea alemán, como Benedicto
XVI, o caballero de la poderosa Orden de Malta, fundada en 1048 y cuya sede
está en Roma, haya podido jugar de forma determinante, por encima incluso de su
reconocida solvencia profesional —es abogado y dirige unos astilleros que entre
sus quehaceres fabrican fragatas de guerra para Alemania—, de su manejo de
cuatro idiomas o de su dedicación a las obras de caridad.
También habrá quien crea que el Papa,
después de haber contemplado durante casi ocho años la impúdica conexión del
Vaticano con los peores exponentes de la política italiana, haya querido evitar
a toda costa que sea un hombre a las órdenes del cardenal Bertone el que maneje oscuramente los dineros de la Iglesia.
Siempre habrá quien sospeche que Joseph Ratzinger, en su retirada,
podría haber tenido un gesto más espiritual que empeñar su último aliento como
Papa en recuperar las llaves del dinero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario